Por Mario Valencia, 7 de mayo de 2022

La mayoría de las personas en el país quieren seguridad y trabajo. No conozco una sociedad que haya prosperado en medio de la violencia, la desinversión empresarial y la falta de oportunidades laborales, pero sí puedo entender que haya personas y grupos que se beneficien de esta situación.

Un abordaje estructural obliga a pensar en la seguridad y el trabajo como condiciones inseparables. La criminalidad se reduce, si bien no desaparece, cuando se incrementan las oportunidades de ingresos laborales, lo que explica que tiene sentido un abordaje desde la creación de tejido social, complementario con el uso legítimo de la fuerza.

En este sentido, el eje articulador de ambos fenómenos es la economía. El hecho de que en Colombia proliferen organizaciones ilegales, está íntimamente ligado con la debilidad estatal y de sus instituciones. La intervención del Estado no depende de la cantidad de burocracia, sino especialmente de la eficiencia de su participación. No es sensato pensar que el Estado, por ejemplo, debe cultivar papas o arroz, pero es imposible que paperos y arroceros lo hagan si no tienen las condiciones normativas, financieras, técnicas y laborales para hacerlo. Ningún privado crea una empresa para perder dinero y buena parte de sus expectativas de ganancia dependen de un entorno favorable y seguro.

Este entorno surge con sistemas competitivos de cuidado, educación, formación, crédito, seguridad social, legal y de infraestructura. Países con competitividad baja tienen bajos índices de desarrollo y países subdesarrollados tienen estándares bajos de calidad de vida. Entonces, la calidad de vida aparece cuando hay más posibilidades de que las personas estén ocupadas produciendo, que ocupadas delinquiendo. Mejores condiciones para la producción y el trabajo, como herramientas en beneficio de más seguridad, sería más efectivo que el enfoque actual. Para ello se necesita un mejor Estado. Es increíble que todavía existan personas en Colombia que piensen que el emprendimiento y el éxito empresarial surgen individual y espontáneamente. Por supuesto que el mercado actúa y el ingenio da frutos, pero ni Haití ni Etiopía, con sus Estados fallidos, son la cuna del bienestar. Más del 40 % de los pobres del mundo viven en países azotados por conflictos y violencia, según el Banco Mundial.

Nuestro país es una mezcla de gloria y tragedia, en donde se ha forjado una cultura de ilegalidad como fuente de ganancias, aprovechada políticamente por algunos clanes. La desconfianza en los políticos surge en la perversión de la política. El problema no es el método, sino las personas con ética cuestionable que capturan la política para hacer negocios corruptos. Como el fin son los negocios, no hacen política, y por eso no pueden ofrecer ni seguridad ni trabajo. Construir un escenario diferente será complejo, pero ineludible. Es más fácil pensar en “irse del país” que transformar desde una nueva forma de gobierno, comunidad, empresa y trabajo, pero hay que seguir intentándolo. Las ideas y los planes más sensatos para lograrlo existen y tienen exponentes en proyectos sociales, económicos y políticos serios, diferentes al continuismo.