¿Qué pensar de un documento de principios donde se habla del respeto a la vida y la no violencia, pero se desconoce que, desde la firma de los acuerdos de paz con las Farc, llevamos más de 1.133 asesinatos de líderes y lideresas sociales, lo que claramente configura un genocidio político?

Sergio Fajardo (@sergio_fajardo) publicó un tuit en horas de la noche del 17 de febrero, en el que compartió una “Declaración de valores y principios para la acción política y el ejercicio del poder público”, ello en el marco de la reunión de convergencia que sostendría al día 18 de febrero con sectores del denominado centro político o “Coalición de la Esperanza”, de cara a la próxima elección presidencial.

Hasta aquí todo parece normal. Se pensaría que ese es el camino para trabajar en la construcción de acuerdos para la acción y formulación de un programa de gobierno. Al leerlo, esperaba que el suyo fuera un ejercicio profundo, que atendiera una lectura de la realidad compleja del país, que reconociera cómo la historia de Colombia ha estado marcada por la violencia, la guerra, la corrupción y la toma del poder político estatal por el narcoparamilitarismo. En especial, consideré que tan rimbombante documento tendría como eje central la educación (una educación para el “nunca más”), palabra que le permitió posicionarse en la escena política regional y nacional. Pero no, Fajardo olvida sus propias banderas del pasado. Asimismo, quedé desconcertado al no encontrar un solo nombramiento a la defensa de los derechos humanos y la construcción de paz con justicia social. ¿En qué país está pensando?

Fajardo dice que “el punto de partida ético que ha guiado y debe guiar nuestra acción política se encuentra en el Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Sin embargo, no pone en contexto ni dialoga con sus doce valores-principios, que son la verdadera esencia de dicha declaración, resultado de un acuerdo político y ético de los países sometidos a la II Guerra Mundial, con sus más de cincuenta millones de muertos, un número similar al de la población actual de Colombia.

¿Qué pensar de un documento de principios donde se habla del respeto a la vida y la no violencia, pero se desconoce que, desde la firma de los acuerdos de paz con las Farc, llevamos más de 1.133 asesinatos de líderes y lideresas sociales, lo que claramente configura un genocidio político? ¿Cómo entender un texto que desconoce realidades como las reveladas por la JEP en la estrategia de priorización del Caso 03 sobre falsos positivos, donde se cuantifican 6.402 personas asesinadas ilegalmente por la fuerza pública? ¿Cuál cuidado de la vida? ¿Dónde queda el “no todo vale”?

¿Cómo impulsar principios de participación, transparencia y planificación colectiva para construir un horizonte de sentido sin la defensa de la educación? Este derecho, víctima del abandono presupuestal, se ha marchitado desde los años noventa. Por ejemplo, la deuda histórica acumulada por el gobierno nacional con la educación pública superior está por los quince billones de pesos, ello implica que haya unos 128.936 docentes en difíciles condiciones laborales y 2.931.823 jóvenes estudiantes que necesitan la #MatrículaCero en las universidades públicas para poder continuar sus estudios. ¿Cómo podríamos tener una generación que agencie los cambios urgentes que requiere este país?

Con estas ausencias en el documento del precandidato presidencial Sergio Fajardo, es difícil creer en una convergencia de la esperanza e impulsar los cambios desde “la política del bien común”. Insisto, sin educación, sin la defensa de los derechos humanos y sin un compromiso claro con la paz, difícilmente Colombia podrá tener un futuro feliz en el 2022 y en los años venideros. ¿Qué nos queda entonces por hacer? ¿Seguimos en las mismas y con los mismos o renovamos la política y la democracia?