El nuevo ideal del poder pasa a ser la “ciudad apestada”, que, es también la ciudad punitiva. Donde hay peste, hay cuarentena; todo el mundo está controlado, catalogado, encerrado, sometido a la regla. Para defender la vida y la seguridad de la colectividad, se otorga el derecho de matar a cualquiera que circule sin autorización, salvo algunos grupos de ínfima importancia, los individuos descritos por Manzoni, aquellos a quienes se asignan las tareas más innobles, como el transporte de los cadáveres de los apestados. Bentham proporciona en 1791 la estructura arquitectónica de esta exigencia tecnológica, con su Panóptico.

 Michel Foucault, El poder, una bestia magnífica, pp. 198-99

Diego Otero Prada

El encierro a que nos ha obligado el poder me ha dado la oportunidad de leer al filósofo francés Michel Foucault, muerto en 1984, una demora de 40 años en hacerlo. No estoy de acuerdo en su totalidad con Foucault, especialmente en sus posiciones políticas y las críticas al marxismo, pero encuentro muy de actualidad sus análisis del poder, del micropoder, de la sociedad panóptica, disciplinaria, normativa y del concepto de vigilar y castigar. A continuación, he seleccionado una serie de frases del libro El poder, una bestia magnífica sobre el poder, la prisión y la vida, publicado por la editorial Siglo XXI en el año 2018, que tienen relevancia, en mi opinión, para el presente que estamos viviendo.

Anestesia y parálisis: sobre la analítica foucaultiana del poder

“Me parece que, en una sociedad como la nuestra, la verdadera tarea política es criticar el juego de las instituciones en apariencia neutras e independientes, criticarlas y atacarlas de manera tal que la violencia política, que se ejerce oscuramente en ellas, sea desenmascarada y que se pueda luchar contra ellas.

   Esta crítica y este combate me parecen esenciales por diferentes razones. Primero, porque el poder político es mucho más profundo de lo que se sospecha. Hay centros y puntos de apoyo invisibles, poco conocidos. Su verdadera resistencia, su verdadera solidez se encuentra, quizá, allí donde no lo esperamos. Puede ser que no sea suficiente, con sostener que, detrás del gobierno, detrás del aparato de Estado, hay una clase dominante. Es necesario situar el punto de actividad, los lugares y las formas en que se ejerce esta dominación. Sino se logra reconocer estos puntos de apoyo del poder de clase, se corre el riesgo de permitirle continuar existiendo, y ver cómo se reconstruye este poder de clase después de un proceso revolucionario aparente” (p.19).

El poder

“La locura se medicalizó cada vez más a través de toda la historia de Occidente. En la Edad Media, por supuesto, se consideraba que algunos individuos estaban enfermos del espíritu, la cabeza o el cerebro. Pero era algo absolutamente excepcional.  En lo esencial, al loco, al desviado, al irregular, aquel que no se comportaba o hablaba como todo el mundo, no se le percibía como un enfermo. Y poco a poco se comenzó a anexar a la medicina el fenómeno de la locura, a considerar que la locura era una forma de enfermedad y, en resumidas cuentas, que cualquier individuo, aún normal, estaba tal vez enfermo, en la medida en que podía estar loco.  Esta medicalización es en realidad un aspecto de un fenómeno más amplio que es la medicalización general de la existencia.  Diría de manera muy esquemática que el gran problema de las sociedades occidentales desde la Edad Media hasta el siglo XVIII fue en verdad el derecho, la ley, la legitimidad, la legalidad, y que se conquistó laboriosamente una sociedad de derecho, el derecho de los individuos, en el transcurso de todas las luchas políticas que atravesaron, sacudieron Europa hasta el siglo XIX; y en el momento mismo en que se creía que los revolucionarios franceses, por ejemplo, creían llegar a una sociedad de derecho, resulta que pasó algo que yo trato personalmente de analizar; algo que abrió las puertas a la sociedad de la norma, la salud, la medicina, la normalización que es nuestro modo esencial de funcionamiento en la actualidad” (p.p 34-35).

“Por pensamiento médico entiendo una manera de percibir las cosas que se organizan alrededor de la norma, esto es, que procura deslindar lo que es normal de lo que es anormal, que no son del todo, justamente lo lícito y lo ilícito; el pensamiento jurídico distingue lo licito de lo ilícito; el pensamiento médico distingue lo normal y lo anormal, se asigna, busca también asignarse medios de corrección que no son exactamente medios de castigo, sino medios de transformación del individuo,, toda una tecnología del comportamiento del ser humano que está  ligado a ese fin…” (p.35).

 Pregunta Manuel Osorio, un entrevistador, es lo que usted llama poder.

   Sí. Creo que los mecanismos de poder son mucho más amplios que el mero aparato jurídico, legal, y que el poder se ejerce mediante procedimientos de dominación que son numerosos.” (p.41).

   La vocación del Estado es ser totalitario, es decir, tener en definitiva un control exhaustivo de todo.

La prisión vista por un filósofo francés

¿Qué es el Panóptico?

“Es un proyecto de construcción de una torre central que vigila una serie de celdas individuales dispuestas en forma circular, a contraluz, en las cuales se encierra a los individuos. Desde el centro uno controla todas las cosas y todos los movimientos sin ser visto.

   El poder desaparece, ya no se representa, pero existe; incluso se diluye en la infinita multiplicidad de su mirada única.

   Las prisiones modernas, y hasta muchas de las más recientes calificadas de “modelo” se basan en ese principio. Pero con su Panóptico Bentham no pensaba de manera específica en la prisión, su modelo podía utilizarse-y se utilizó-para cualquier estructura de la nueva sociedad. La policía, invención francesa que fascinó al punto a todos los gobiernos europeos, es la hermana gemela del Panóptico.

   La fiscalidad moderna, los asilos psiquiátricos, los ficheros, los circuitos de televisión y tantas otras tecnologías que nos rodean son su aplicación concreta. Nuestra sociedad es mucho más benthamiana que beccariana. Los lugares en los cuales existió la tradición de conocimientos que llevaron a la prisión, muestran por que esta se asemeja a los cuarteles, los hospitales y las escuelas, y por qué estos se asemejan a las prisiones.” (p. 199).

El poder

¿Y cómo se produce la formación de todo esto en el movimiento histórico?

  “Todo esto está profundamente ligado al desarrollo del capitalismo, y me refiero que para este no fue posible funcionar con un sistema de poder político en cierta forma indiferente a los individuos. El poder político en una sociedad de tipo feudal consistía esencialmente en que los pobres pagaran contribuciones al señor o a la gente que ya era rica, y prestaran asimismo el servicio de las armas. Pero nadie se preocupaba mucho de lo que hacían los individuos; en suma, el poder político era indiferente. Lo que existía a los ojos del señor era la tierra, era su aldea, eran sus habitantes de su aldea, eran como mucho las familias, pero los individuos, en concreto, no caían bajo el ojo del poder. Llegó un momento en que fue preciso que cada cual fuera efectivamente percibido por el ojo del poder, si se aspiraba a tener una sociedad de tipo capitalista, es decir, con una producción que fuera lo más intensa posible, lo más eficaz posible;  cuando, en la división del trabajo, fue necesario que hubiera personas capaces de hacer esto y otras de hacer aquello, cuando apareció también el miedo de que movimientos populares de resistencia, de inercia o de rebelión derrocaran todo ese orden capitalista que estaba naciendo, fue menester entonces una vigilancia más precisa y concreta sobre todos los individuos, y creo que la medicalización a la que me refería está ligada a esa necesidad.” (P.36)

¿Cómo se establece la relación?

  Con la medicalización, la normalización, se llega a crear una especie de jerarquía de individuos capaces o menos capaces, el que obedece a una norma determinada, el que se desvía, aquel a quien se puede corregir, aquel a quien no se puede corregir, el que puede corregirse con tal o cual medio, aquel en quien hay que utilizar tal otro. Todo esto, esta especie de toma en consideración de los individuos en función de su normalidad, es, creo, uno de los grandes instrumentos de poder en la sociedad contemporánea.”(P.37).

Michel Foucault: la seguridad y el Estado    

   “La vocación del estado es la de ser totalitario, es decir, tener en definitiva un control exhaustivo de todo” (p.51).

  “La necesidad de seguridad parece disfrutar de una adhesión masiva; en la medida, por lo tanto, en que el Estado puede, a los ojos de la población, justificar su acción, justificar la represión que impone a ciertos comportamientos en cuanto contravienen a su parecer esta regla de seguridad admitida por todos” (p.52).

La tortura es la razón

  “Creo que a lo largo del siglo XVIII hubo no solo una racionalización económica-aspecto que a menudo se ha estudiado en detalle-sino, también, una racionalización de las técnicas políticas y las técnicas de dominación. La disciplina, es decir, los sistemas de vigilancia continua y jerarquizada de trama muy apretada, es un gran descubrimiento, un descubrimiento muy importante de la tecnología del poder.” (p.57).

   “Victor Hugo dijo que el crimen era un golpe de Estado desde abajo. También para Nietzche el delito menor era una revuelta contra el poder establecido. Mi pregunta es esta: ¿las víctimas de la represión son un potencial revolucionario? ¿Hay una laguna en lo que usted llama mecánica de la vergüenza?

   El Problema es importante y muy interesante: es la cuestión de la significación del valor político de la transgresión, la criminalidad. Hasta fines del siglo XVIII pudo haber una incertidumbre, un pasaje permanente del crimen al enfrentamiento político. Robar, incendiar, asesinar, era una manera de atacar al poder establecido. A partir del siglo XIX el nuevo sistema penal también pudo significar, entre otras cosas, la organización de todo un sistema que, en apariencia, se asignaba la misión de transformar a los individuos.  Pero el objetivo real era crear una esfera criminalizada específica, una capa que debía aislarse del resto de la población. Debido a ello, esa capa perdió gran parte de su función política crítica. Y esa capa, esa minoría aislada, fue utilizada por el poder para inspirar miedo al resto de la población, controlar los movimientos revolucionarios y sabotearlos. Por ejemplo, los sindicatos de trabajadores. El poder reclutaba en esta capa a sicarios, asesinos a sueldo para imponer sus objetivos políticos. Por añadidura, era lucrativo, por ejemplo, con la prostitución, la trata de mujeres y el tráfico de armas, y hoy el narcotráfico. En la actualidad los criminales, y desde el siglo XIX, han perdido toda clase de dinamismo revolucionario. Estoy convencido de ello. Forman un grupo marginal. Se les ha dado la conciencia de serlo. Constituyen una minoría artificial, pero utilizable, dentro de la población. Están excluidos de la sociedad”. (p.p 57-58).

   “Yo lo pondría al revés: se ha hecho delincuente porque ha ido a prisión. O, mejor, la micro delincuencia que existía al principio se transforma en macro delincuencia por la prisión. La prisión genera, produce, fabrica delincuentes, delincuentes profesionales y hay voluntad de que los haya porque son útiles: no se rebelan. Son útiles, manipulables, y se los manipula” (p.59).

   “Se advierte toda una serie de finalidades, técnicas, métodos: la disciplina reina en la escuela, el ejército, la fábrica. Sin hablar de la colonización: con su modo de dominación sangrienta, es una técnica de madurez reflexiva, absolutamente deseada, consciente y racional. El poder de la razón es un poder sangriento” (p-60).  

Precisiones sobre el poder

 “En cuanto a los otros libros, ni hablemos: en La voluntad de saber procuré indicar cómo podrían llevarse a cabo los análisis del poder, en qué sentido podían orientarse, y todas esas indicaciones giraban en torno del tema del poder como serie de relaciones complejas, difíciles, jamás funcionalizadas y que en cierto sentido no funciona jamás. El poder no es omnipotente, omnisciente; ¡al contrario¡ Si las relaciones de poder produjeron formas de investigación, análisis de los modelos de saber, fue precisamente porque el poder no era omnisciente sino ciego, y porque estaba en un callejón sin salida. Si se ha constatado el desarrollo de tantas relaciones de poder, de tantos sistemas de control, de tantas formas de vigilancia, fue precisamente porque el poder seguía siendo impotente.” (p.117).

M. Foucault. Conversación sin complejos con el filósofo que analiza las “estructuras del poder”

  ”La siquiatría contemporánea sostendría que Pierre (nota, Pierre mató a su madre y hermanos) se vio obligado a cometer su horrible crimen. pero ¿por qué debemos situarlo todo en el límite entre salud mental y locura? ¿Por qué no podríamos aceptar la idea que hay personas totalmente amorales que caminan por la calle y son absolutamente capaces de cometer homicidios o infligir mutilaciones sin experimentar sentimiento de culpa o escrúpulo de conciencia algunos?. “(p.135).

El intelectual y los poderes

  “¿Qué son las relaciones de poder? El poder es en esencia relaciones, esto es, hace que los individuos, los seres humanos, estén en relación unos con otros, no meramente bajo la forma de comunicación de un sentido, no meramente bajo la forma del deseo, sino también bajo cierta forma que les permite actuar los unos sobre los otros y, si se quiere, dando un sentido más amplio a esta palabra “gobernarse” los unos a los otros. Los padres gobiernan a los hijos, la amante gobierna a su amante, el profesor gobierna, etc. Nos gobernamos unos a otros en una conversación, a través de toda una serie de tácticas.” (p.163-164).

Acerca de la cárcel de Attica

  “Nos han dicho con frecuencia-los representantes de algunas organizaciones políticas-que el problema de las prisiones no entraba en el marco de la lucha proletaria. Hay varias razones para ello. La primera es que la fracción de la clase obrera que se las ve constantemente con la policía y la justicia está constituida en buena medida por personas que están al margen de la fábrica. Sea su falta de trabajo voluntaria o involuntaria, su forma de oposición a la sociedad burguesa no se expresa a través de manifestaciones, luchas políticas organizadas o presiones profesionales y económicas como las huelgas. La segunda razón es que la burguesía utiliza a menudo esta categoría de la población contra los trabajadores; llegado el caso, la transforma en una fuerza de trabajo temporario e incluso recluta en ella elementos para la policía. La tercera razón radica en que el proletariado, en lo concerniente a la moral y la legalidad, el robo y el crimen, está totalmente impregnado de la ideología burguesa” (p.p 187-188).

Nota: Napoleón III utilizó a las capas rurales y al lumpen proletariado contra los obreros y las clases media en su gobierno de 1852 a 1870. Y en Colombia ni se diga con los paramilitares y asesinos a sueldo.

La prisión vista por un filósofo francés

    “Esas enormes sumas de dinero suben y bajan hasta llegar a las grandes empresas financieras y políticas de la burguesía. En suma, se mantiene un tablero de ajedrez donde hay escaques peligrosos y otros que son seguros.  En los peligrosos están siempre los delincuentes.  Esa es la ligazón. Y llegamos al otro papel de la delincuencia: la complicidad con las estructuras policiales en el control de la sociedad. Un sistema de chantajes e intercambios en el cual los roles se confunden, como en un círculo. ¿Un informante es otra cosa que un policía delincuente o un delincuente policía? En Francia, la clamorosa figura es Vidocq, el famoso bandido que en determinados momentos se convierte en el jefe de la policía.

    Los delincuentes tienen además otra excelente función en el mecanismo del poder: la clase en el poder se sirve de la amenaza de la criminalidad como una coartada continua para endurecer el control de la sociedad. La delincuencia da miedo, y ese miedo se cultiva. No por nada en cada momento de crisis social y económica se presencia un recrudecimiento de la criminalidad y el consiguiente llamado a un gobierno policial. Por el orden público, se dice; en realidad para poner freno sobre todo a la ilegalidad popular y obrera. En suma, la criminalidad funciona como una suerte de nacionalismo interno. Así como el temor al enemigo hace “amar” al ejército, el miedo a los delincuentes hace “amar” al poder policial.” (p.201).

La estrategia de amedrentar

       “La ley anti-desmanes permite a la policía fabricar al instante un “delito” y un “delincuente”, a los cuales el procedimiento de flagrante delito impondrá el sello de una verdad sin discusión.

     Enormidad de la que los magistrados (Jean Daniel tuvo razón al señalarlo) son absolutamente consciente. Pero que justifican por la “filosofía” que impregna cada vez más la práctica penal. ”Filosofía” muy simple, casi obvia: al sancionar las infracciones, la justicia se ufana de garantizar la “defensa de la sociedad”. Esta muy antigua idea está convirtiéndose- y esa es la novedad- en un principio concreto de funcionamiento. Del último de los fiscales adjunto al ministro de justicia, todos garantizan la “defensa social” y toman medidas de esos objetivos.

   Pero ¿defender la sociedad contra qué? ¿Contra las infracciones? Sin duda. Contra los peligros, sobre todo. Son estos, los peligros, los que marcan la importancia relativa de las infracciones: gran peligro de una piedra arrojada, pequeño peligro de un gran fraude fiscal. Y, además: ¿la infracción ha sido mal establecida? No importa, si detrás de esos hechos dudosos se perfila un peligro cierto. ¿No existe la certeza de que un manifestante haya lanzado golpes? En todo caso, de tras de él, estaba la manifestación, y más allá, todas las venideras, y aún más allá la violencia en general y el desempleo, e Italia y el P-38 y la Fracción del Ejército Rojo. La justicia debe reaccionar ante el peligro real, más aún ante el delito comprobado. 

   ¿Y cómo protegerse de él? ¿Persiguiendo a los autores de infracciones reales? Si, tal vez, si fuera posible. Pero la estrategia de amedrentar es más eficaz: infundir miedo, tomar medidas ejemplificadoras, intimidar. Actuar, como se dice con términos tan expresivos, sobre la “población blanco”, que es móvil, disgregable, incierta, y que algún día podría llegar a ser inquietante: jóvenes, desocupados, estudiantes universitarios, estudiantes secundarios, etc”.

    Además, ¿qué es lo que hay que proteger, entonces, en esta sociedad? Sin duda lo más valioso, lo más esencial y por lo tanto más amenazado. ¿Y qué puede ser más esencial que el Estado, puesto que protege la sociedad, que tanto lo necesita? Así, el papel de la justicia consiste en proteger al Estado contra peligros, que, al amenazarlo, amenazan a la sociedad que él mismo tiene la función de proteger. Bien calzada queda entonces la justicia entre la sociedad y el Estado. Esa es su función, ese es su lugar, y no, como ella misma todavía dice, entre el derecho y el individuo”. (p.p 204-206).

La política de salud en el siglo XVIII

     “El privilegio de la higiene y el funcionamiento de la medicina como instancia de control social. La vieja noción de régimen entendido a la vez como regla de vida y forma de medicina preventiva tiende a ampliarse y convertirse en el ”régimen” colectivo de una población tomada en general, con un triple objetivo: la desaparición de las grandes tempestades epidémicas, la baja del índice de morbilidad y la prolongación de la duración media de vida y el retardo de su fin para cada edad. Esta higiene, como régimen de salud de las poblaciones, implica por parte de la medicina una serie de intervenciones autoritarias y medidas de control.

   Ante todo, sobre el espacio urbano en general, pues este constituye tal vez el medio más peligroso para la población. La ubicación de los diferentes barrios, su humedad, su exposición, la aireación de la ciudad entera, su sistema de alcantarillado y eliminación de aguas servidas, el emplazamiento de los cementerios y los mataderos, la densidad de la población, son todos factores que tienen un papel decisivo en lo que se refiere a la mortalidad y la morbilidad de los habitantes. La ciudad, con sus principales variables espaciales, aparece como un objeto a medicalizar. En tanto que las topografías médicas de las regiones analizan datos climáticos o hechos geológicos sobre los que es imposible ejercer influencia alguna y que solo pueden sugerir medidas de protección o compensación, las topografías de las ciudades bosquejan, al menos en negativo, los principios generales de un urbanismo concertado. En el siglo XVIII la ciudad patógena dio lugar a toda una mitología y episodios de pánico muy real, reclamó en todo caso, un discurso médico sobre la morbilidad urbana y la puesta bajo vigilancia médica de todo un conjunto de trabajos de urbanización, de construcciones e instituciones.

  De una manera más precisa y localizada las necesidades de la higiene exigen una intervención médica autoritaria en lo lugares que pasan por ser foco privilegiados de enfermedades: las prisiones, las embarcaciones, las instalaciones portuarias, los hospitales generales como punto de encuentro de vagabundos, mendigos e inválidos, e incluso los hospitales cuyos responsables médicos son casi siempre insuficientes, y que reavivan y complican las enfermedades de los pacientes, cuando no propagan al exterior gérmenes patológicos. Se aíslan pues en el sistema urbano regiones que requieren una medicalización urgente y que deben constituir otros tantos puntos de aplicación para el ejercicio de un poder médico intensificado.

     Por añadidura, los médicos tendrán que enseñar a los individuos las normas fundamentales de higiene que ellos deben respetar en beneficio de su propia salud y la de los otros: higiene de la alimentación y la vivienda, incitación a hacerse atender en caso de enfermedad.

   La medicina como técnica general de salud, más aún que como servicio de las enfermedades y arte de las curaciones, ocupa un lugar cada vez más importante en las estructuras administrativas y una maquinaria de poder que, en el transcurso del siglo XVIII, no deja de extenderse y afirmarse.  El médico afianza su posición en las diferentes instancias del poder. La administración sirve de punto de apoyo de partidas a las grandes encuestas médicas sobre la salud de las poblaciones, y a cambio, los médicos dedican una parte cada vez más grande de su actividad a tareas a la vez generales y administrativas que les han sido asignadas por el poder. En relación con la sociedad, su salud y sus enfermedades, su condición de vida, su vivienda y sus hábitos, comienza a formarse un saber “médico-administrativo” que servirá de núcleo originario a la “economía social” y la sociología del siglo XIX. Y se constituye asimismo un influjo político médico sobre una población regimentada por toda una serie de prescripciones que conciernen no solo a la enfermedad sino a las formas generales de la existencia y el comportamiento.

   El “plus poder” del que disfruta el médico presta testimonio desde el siglo XVIII de esa interpretación de lo político y lo médico por vía de la higiene: presencia cada vez abundante en las academias y las sociedades científicas; muy amplia participación en las enciclopedias; presencia a título de asesor, junto a los representantes del poder; organización de sociedades médicas oficialmente encargadas de unas cuantas responsabilidades administrativas y calificadas para tomar o sugerir medidas autoritarias, papel cumplido por muchos médicos como programadores de una sociedad bien dirigida (el medico reformador de la economía o la política es un personaje frecuente en la segunda mitad del siglo XVIII) y sobrerrepresentación de los médicos en las asambleas revolucionarias. El médico se convierte en el gran consejero y el gran experto, si no en el arte de gobernar, si al menos en el de observar, corregir, mejorar el “cuerpo” social y mantenerlo en un estado permanente de salud. Y es su función de higienistas, más que sus prestigios de terapeuta, la que garantiza esa posición políticamente privilegiada en el siglo XVIII, antes de que el privilegio se traslade a lo económico y lo social en el siglo XIX.” (pp 222-224).

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