La verdadera historia de las maras salvadoreñas: de los pachucos a la guerra con Bukele.
El 11 de abril, el presidente salvadoreño Nayib Bukele tuiteó un video con un extracto de 22 segundos de una entrevista al investigador Juan Martínez d’Aubuisson, especialista en el estudio del fenómeno de las pandillas centroamericanas. En su mensaje, Bukele lo trató de “basura” y dijo que sus planteos eran “absurdos”.
Desde ese día, Martínez d’Aubuisson recibió cientos de ataques de funcionarios, políticos oficialistas y trolls, una situación que han sufrido también otros periodistas y académicos críticos con el gobierno. Una semana después, Martínez d’Aubuisson publicó una columna en el diario estadounidense The Washington Post, con el título “Bukele me convirtió en un pandillero por mi trabajo como investigador”.
Desde “algún lugar de Centroamérica”, el académico salvadoreño habló con laAgencia Regional de Noticias (ARN) sobre la historia de las pandillas centroamericanas, los vínculos con la política y la economía, y también sobre la situación que atraviesa El Salvador, un mes después del estado de excepción que decretó Bukele.
Entre otras cosas, Martínez d’Aubuisson dijo que el Estado salvadoreño le prestó atención al fenómeno recién cuando empezó a expandirse más allá de los barrios pobres, hasta que luego la situación directamente escapó de su control. “Las pandillas eran y son el Estado”, resumió.
El investigador opinó que la negociación con las pandillas no es el mejor camino a tomar, aunque reconoció “desde el pragmatismo” que hoy no quedan muchas otras opciones. “Un país tan chiquito que entierra 90 personas en un fin de semana es un puto funeral”, señaló.
La historia de las maras empieza en Estados Unidos
-Tus investigaciones están focalizadas en el Triángulo Norte y en México. Sin embargo, para hablar de las maras, hay que arrancar la historia en Los Ángeles. ¿Por qué?
– Los Angeles y la costa californiana son factores importantes para comprender el fenómeno de las pandillas, en particular la Mara Salvatrucha y Barrio 18. Para entender los orígenes de Barrio 18 hay que pensar en los migrantes mexicanos que llegaron a Estados Unidos en el programa Bracero, a mediados del siglo XX. Era un programa que les permitía a los migrantes trabajar legalmente en Estados Unidos, sobre todo para trabajar en la construcción de vías férreas. California es uno de los lugares más ricos del mundo y necesitaba mucha mano de obra. Esa oleada migratoria generó una cultura híbrida muy rica conocida como la cultura chicana.
– ¿De ahí surge la figura del “pachuco»?
– Claro, el «pachuco» es la figura
cultural arquetípica, caracterizado por el uso de los trajes zoot. Pero también
generó un movimiento cultural e identitario muy fuerte. En la cultura popular
aparece caricaturizado, es el coyote que anda con saco. También hay muchas
referencias en el cine mexicano, las canciones de (la banda mexicana) Maldita
Vecindad o el personaje Tin Tan (Germán Valdés), que el hermano del actor que
personificó a Don Ramón en el Chavo del 8 (Ramón Valdés). Era toda una cultura,
con valores y normas, y también una expresión de moda. Era bastante más que una
forma de vestimenta, había detrás una concepción híbrida del mundo. Los
mexicanos, en definitiva, se instalaron en Los Ángeles, entre las clases más
bajas. Eran obreros, la mayoría no hablaba inglés. Estaban dentro del sector
subalterno y marginado de la sociedad californiana. Empiezan a formar pandillas
y eso originó el movimiento zoot suits, que tuvo enfrentamientos
callejeros muy fuertes con los marines después de la Segunda Guerra Mundial.
Los pachucos tenían una impronta muy irreverente de pararse frente a la cultura
anglo, eran desafiantes ante el sistema. Ya en aquellos años surgen las
primeras pandillas méxico-americanas, que todavía subsisten en California y son
un problema grande de seguridad, como la White Fence, Hawaiian Gardens, Barrio
38, Barrio 36 y la propia Barrio 18.
-¿Cómo respondieron las autoridades
estadounidenses?
– Enfrentaron el fenómeno de manera desatinada,
básicamente los fueron metiendo en las cárceles de San Quintín y en el penal
del Folsom. Muchos de ellos ni siquiera debían estar ahí porque eran menores de
edad, pero estos jóvenes se abrieron campo dentro de las unidades
penitenciarias. Y se abrieron campo con violencia. Crearon un sistema que
llamaron “El Sur”, porque eran pandillas que operaban al sur de California. En
este proceso la estética fue cambiando, ya no eran pandilleros de saco y
corbata, con sombreros de ala ancha, sino que incorporaron la estética
carcelaria: aparecen rapados, con pantalones anchos, camisas pegadas, tatuajes
y con esa red que se ponen en la cabeza, que era la que usaban los cocineros en
la cárcel. Todo esa estética está asociada a la vida en los penales y en
particular a las tareas de servicio, que era lo primero que les tocaba.
-¿En las cárceles también se consolidan como
estructuras?
-En las calles estas pandillas se peleaban entre
sí, pero en la cárcel se unían, porque ahí tenían que enfrentarse con los
pandillas de afroamericanos (también llamados mayates), los anglo,
los asiáticos, etcétera. O sea, en la cárcel no importaba tanto tu pandilla
sino el conglomerado que pertenecías. A ese conglomerado lo llamaron
«Sur» y a la orientación de los «sureños» se la bautizó
luego como la Mafia Mexicana, o “la M”, que era su abreviación. La M la
conformaban los líderes de las pandillas más grandes, funcionaban como una
especie de federación, dentro de la cárcel y también pautando la vida de estas
pandillas afuera.
Afuera se peleaban pero con ciertas normas, era una especie de “juego serio”,
con muertes, tragedia, pero también con normas. Por ejemplo, no se podía atacar
a un pandillero si caminaba de la mano de su esposa, sus hijos o su madre. No
se podía hacer drive-by shooting, o sea dispararle a alguien desde
un vehículo, por el riesgo de lastimar a otras personas. El pandillero debía
bajar del vehículo para disparar. Y si un pandillero incumplía estas reglas, la
«M» resolvía que había “luz verde” para atacar a esa pandilla, y sus
integrantes recibían golpizas, violaciones o asesinatos dentro de la cárcel.
-¿De qué año estamos hablando?
-Este fenómeno se consolida entre los años 50 y 70.
Y todavía no aparece en escena El Salvador, que en esos años no tenía una
migración masiva hacia Estados Unidos. La nuestra era una sociedad más bien
agraria, el grueso de la población estaba fuera de los centros urbanos. Era una
sociedad muy volcada a la agroexportación de café hacia Estados Unidos, ya desde
finales del siglo XIX. El proceso revolucionario salvadoreño termina de
consolidarse recién a finales de los 70. En ese momento Estados Unidos jugó
fuerte para detener ese «virus comunista» en Centroamérica, porque ya
tenían las experiencias de Cuba y Nicaragua, y querían evitar que eso se
expandiera. El riesgo de las revoluciones guatemaltecas y salvadoreñas están
muy presentes en los discursos de Richard Nixon (1969-1974), Jimmy Carter
(1977-1981) y sobre todo después de Ronald Reagan (1981-1989). Les daba terror
la posibilidad de que El Salvador siguiera el camino cubano y jugaron fuerte
por la lucha contrainsurgente. Le dan mucho apoyo militar a El Salvador y
entrenaron a muchos militares en la Escuela de las Américas. En este contexto
sí empieza a pasar que miles de salvadoreños emigran hacia Estados Unidos. Es
una nueva corriente migratoria, son como hermanos menores de aquellos braceros
mexicanos (el término refiere a personas que trabajan con los brazos). Los
salvadoreños migran por la crisis económica, la brutal represión estatal y el
reclutamiento de jóvenes por parte de ambos estamentos: las guerrillas y el
Ejército.
-¿Cómo se da el vínculo de estos jóvenes
salvadoreños con el heavy metal, que es algo de lo que siempre se habla?
– Algunos investigadores que estudian el fenómeno
de las “prepandillas”, o sea antes de la formación de la Mara Salvatrucha y
Barrio 18, encontraron que en los barrios salvadoreños ya existían pandillas,
barriales y pequeñas, antes de las olas migratorias. Escuchaban heavy
metal porque era uno de los pocos elementos de la cultura global que
había llegado a El Salvador y era además una cultura muy disruptiva. Las letras
satánicas, por ejemplo, chocaban muy fuerte con toda una cultura oficial muy
clerical, en momentos que una parte de la Iglesia era utilizada por el régimen
para mantener un sistema económico. En ese contexto, ser un rockero satánico
tenía connotaciones casi revolucionarias, podría decirse. No sólo no se dejaban
reclutar por el Ejército, sino que se dejaban el pelo largo y adoptaban una
indumentaria que no tenía nada que ver con la narrativa oficial. Muchos de
estos jóvenes migraron a Los Ángeles. Y también hubo en esta ola migratoria
muchos desertores de la guerrilla, o sea que era una corriente migratoria compuesta
por un conglomerado de personas complejo, que conocía la violencia por haberla
padecido o por haberla ejercido.
La competencia con los mexicanos
-¿Y en Los Ángeles qué encontraron?
– La verdad es que nunca entendieron a Los Ángeles.
Se toparon con esa urbe gigante, y ellos venían de lugares pequeños, con
historias violentas, de gente muy pobre. Y tampoco fueron bien recibidos por la
comunidad de mexicanos, más bien fueron mal recibidos. Llegaron a competir por
la hegemonía de quiénes representaban mejor lo «hispano». Hasta ese
momento «hispano» era sinónimo de mexicano. Punto. Llegan los
centroamericanos y empieza una competencia simbólica por esa categoría.
-¿Cómo se daba esa competencia?
-En el mercado de trabajo, por ejemplo, ofreciendo
mano de obra más barata. También en la vivienda, hay una disputa territorial
por zonas, o en las escuelas. La comunidad mexicana los vio como competencia y
se generó una distancia. Eso provocó una mayor unión entre los salvadoreños,
que se juntó en diferentes conglomerados, entre ellos uno que se llamó la Mara
Salvatrucha Stoner, la MSS. Básicamente, era un grupo de salvadoreños rockeros
que estaba en Los Ángeles. Fueron violentos desde el principio, empezaron a
pelear con otras pandillas del conglomerado «sureño» que recién te
contaba. Con el tiempo, y con las entradas y salidas de los penales, se fueron
convirtiendo en una pandilla de «cholos», que abrazaron esa estética
de cabezas rapadas, ropa floja y tatuajes. En ese contexto nace la Mara
Salvatrucha 13. El 13 se empieza a usar en la década del noventa, es un número
que en realidad usaban todas las pandillas del conglomerado sureño. Florencia
13, White Fence 13, Hawaiian Gardens 13, Crazy Riders 13. Barrio 18 es una
pandilla 13, pero si le pusieran el número sería Barrio 1813. De todas maneras,
muchos pandilleros andan con el 13 tatuado, porque significa que es una
pandilla del conglomerado sureño.
-¿Cuándo empiezan los problemas entre la Mara
Salvatrucha y Barrio 18?
– En los ochenta, en realidad, la Mara Salvatrucha
era como una especie de hermano menor de la Barrio 18, de hecho ellos entran al
sistema sureño de la mano de Barrio 18. Pero en 1989 hubo un conflicto de
sangre y se inició una especie de guerra entre las dos pandillas. Por esos años
termina la guerra civil salvadoreña y los miembros de ambas pandillas empiezan
a ser deportados. Estos empiezan a clonar sus clicas (células) en El Salvador,
de tal forma que los que pertenecían a la célula Hollywood Loco Salvatrucha,
por el boulevard Hollywood, clonaron esa célula en El Salvador bajo el nombre
Hollywood Loco Salvatrucha. Los que estaban en la calle Normandie fundaron la
Normandie Loco Salvatrucha, y después empezó a pasar que muchos jóvenes se
plegaban a estas células, sin haber pisado nunca el boulevard Hollywood ni la
calle Normandie. Lo mismo pasó con las células de la Barrio 18. Ahí empieza la
historia de las pandillas en El Salvador.
-¿Qué actividad criminal tenían en común?
– En realidad, ellos no nacen propiamente como
grupos criminales, ni en Los Ángeles ni El Salvador. No hay una apuesta
deliberada por generar plata, sino que buscaban cosas menos tangibles, como la
identidad. Después de una guerra civil que había dejado un país destrozado,
muchos de estos jóvenes necesitaban pertenecer a algo. Buscando esa familia que
no tenían, en algunos casos, es que empiezan a meterse en las pandillas.
Meterse en una pandilla era pertenecer a algo, con todo lo que eso implica a
nivel identitario y eso se fortalece en peleas contra la pandilla rival. La
Mara Salvatrucha y la Barrio 18 hicieron ese “juego serio” durante décadas sin
que eso signifique algo en términos de plata. Eran solo pandillas que se
peleaban. Ahí está la diferencia de las pandillas con otros conglomerados
criminales: las actividades no están identificadas con la plata, sino con
nociones de estatus, poder, respeto, identidad. De hecho muchos terminaron con
largas condenas sin estar vinculados a actividades económicas que hayan
implicado dinero. Pero sí les daba estatus. Ellos se tatuaban la cara, el
cuello y hasta la boca en señal de compromiso, un compromiso a largo plazo con
el grupo al que pertenecen. Durante la década del 90 pelearon en cada uno de
los barrios marginales de El Salvador y extinguieron a casi cualquier forma
criminal. Más de 150 pandillas que ya existían fueron eliminadas, relegadas o
absorbidas por la Mara Salvatrucha y Bario 18. Las bandas de asaltantes, los
pequeños traficantes de menudeo y los secuestradores fueron eliminados por las
pandillas. Ellos hicieron un monopolio de toda forma criminal que se te ocurra.
-¿Qué pasa a partir de los años 2000?
-Con el cambio de siglo las pandillas ya empiezan a
tener una forma y una estructura mucho más organizada. En los 90 todavía no
existía una estructura piramidal, sino que había muchos líderes con igual
poder, con algún tipo de coordinación pero cada quien hacía lo que quería.
Todavía no había celulares, que será después un factor importante. Ya para el
año 2000, los primeros deportados que había regresado al país entre 1993 y 1995
empezaron a tener mayor relación y coordinación. El punto de inflexión es
cuando empiezan a incursionar en el mundo de la extorsión. Empezaron con los
buses. Era fácil para ellos: cuando el bus entraba a su colonia le pedían al
conductor que pague algo cada vez que pasaba. Diez o cinco colones, que era la
moneda de aquel momento, o rompían las ventanas del bus. Ellos decían: «O
peor, te matamos. O te quemamos el bus. O asaltamos a tus pasajeros».
Entonces los motoristas empezaron a pagar y cuando empezaron a sumar lo que
pagaban los motoristas de todas las rutas, vieron que era un dinero importante.
Cuando vieron que así hacían plata, empezaron a extorsionar negocios, talleres,
pequeñas panaderías de gente pobre, pequeñas empresas de manufactura. Siempre
en ámbitos marginales, hasta que dieron el salto de extorsionar a negocios más
grandes. Recién ahí el Estado les empezó a prestar más atención a las
pandillas. Es una de las cosas más crueles del asunto: el Estado no les puso
atención hasta que empezaron a poner en riesgo el bolsillo de la gente de
plata.
Las maras y su relación con la política
-¿Y la política cuando aparece?
–En 2001, con el presidente de derecha Francisco
Flores. Ese gobierno presenta un plan «mano dura» que estaba hecho
con las patas. Montó una especie de show mediático con el arresto de
pandilleros que mandaba a las cárceles. La mayoría eran liberados a los pocos
meses, porque no había causa penal contra ellos, otros se quedaron en los
penales y allí se conocieron los que todavía no se conocían. Las pandillas
empezaron a ser piramidales y aquellos primeros deportados pasaron a ser los
líderes del penal. En una misma celda estaba un pandillero de la región central
que en la calle no tenía contacto con otro de la región occidental. En esos
años empieza el auge de los teléfonos celulares, entonces esos dos pandilleros
empezaron a coordinar acciones entre occidente y centro, desde la misma celda,
un líder a la par del otro. Eso les dio una facilidad impresionante y se
volvieron estructura, todo por esa política desatinada que duró hasta 2009,
porque el presidente siguiene, Elías Antonio Saca, estableció un plan de «súper
mano dura», que consistía en lo mismo que hoy hace Bukele: arrestar muchos
pandilleros, montar un show y meterlos en los penales sin mucho orden.
-¿Qué más pasó en las cárceles?
-Dentro de los penales se comieron a todas las
estructuras criminales que estaban de antes y empezaron a ser los capos. Las
pandillas los mataron en masacres carcelarias terribles. El Estado salvadoreño
respondió con otra medida estúpida: les dio penales exclusivos a cada pandilla.
Como se peleaban entre ellos decidieron armar un penal solo para la Mara
Salvatrucha y otro para el Barrio 18. Esos penales se volvieron los cuarteles
centrales de la inteligencia pandillera.
-¿Eso sucedió en gobiernos de Arena o del FMLN?
– En 2004, en un gobierno de Arena. Luego vino el
primer gobierno de la exguerrilla del FMLN (Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional) con Mauricio Funes a la cabeza (2009-2014), y encontró una
crisis carcelaria de los cojones y con las pandillas dominando todo el
territorio salvadoreño.
-¿La estructura criminal de esas pandillas en 2009
seguía siendo la extorsión y no el narcotráfico?
-La base nunca va a ser el narcotráfico, porque El
Salvador no es paso de drogas. Venden droga sí, pero muy poca. Honduras y
Guatemala sí son paso de droga. Lo de las pandillas en El Salvador es pura
extorsión. Eso genera mucha plata, le cobraban hasta a la persona que vende
cigarros en la esquina. Eran y son el Estado. Eso genero obstáculos al
desarrollo impresionantes y generó muchísima migración hacia los Estados Unidos.
Se volvieron poderosos en los barrios y eso contribuyó a que tuvieran más
membresía. Eran tan poderosos que Mauricio Funes, un presidente que resultó ser
muy corrupto, hace un análisis y se da cuenta que militarmente ya era muy
difícil derrotarlos y que avanzar por ese camino podría generar una crisis
terrible.
Funes toma un atajo y decide hacer una tregua clandestina con los líderes
pandilleros. Los periodistas descubren esa trama y la publican. Al final, al
gobierno no le queda otra que reconocer, pero intentan decir que en realidad
facilitó una tregua entre pandillas. Eso no era cierto, fue una tregua entre el
gobierno y las pandillas, no entre pandillas. En ese momento las pandillas
dejan de atacarse entre sí; seguían extorsionando pero no se mataban. Con el
dinero de la extorsión empiezan a hacer negocios, ponen lavaderos de autos,
prostíbulos, cervecerías, compran taxis. Las pandillas empezaron a consolidar
estructuras con característica de mafia. Aquella indumentaria, el simbolismo y
el espíritu pandillero desaparecen. Todo quedó relegado en función del negocio
y el poder político.
-Eso implicó también cambios en la estética
-Es que la Mara Salvatrucha ya no debería
considerarse una pandilla en los términos que hablamos, hay que entenderla con
otro marco teórico. Se ha transformado en una estructura con ambiciones
económicas, hay que abordarla con el marco teórico que analizamos a Los Zetas,
al Cartel del Golfo o el Cartel de Medellín. No porque aparezca el
narcotráfico, sino por la estructura. Los Zetas tienen todos los delitos que se
ocurran, salvo el tráfico de uranio enriquecido. Son estructuras que pueden
meterse en un abanico enorme de actividades criminales y económicas. Se meten
en los negocios más porosos, como la basura, los negocios informales, controles
de puertos. Cuando las pandillas pasan a ser estructuras mafiosas también
cambia toda la estética. Los pantalones tumbados, los graffitis y los tatuajes
funcionaban para la pandilla y la construcción identitaria, pero no para la
mafia. La pandilla tenía una estructura muy pública, se tatuaban la cara y
hacían reuniones de hasta 500 miembros, pero eso ya es imposible. En una
estructura criminal clandestina, obviamente ya no es conveniente tener un
miembro con la cara tatuada, que hace graffitis y lleva ropa tan arquetípica.
-¿Cómo reaccionó la sociedad salvadoreña cuando
supo que había una tregua entre políticos y pandilleros?
-Cuando la tregua se hizo pública, los salvadoreños
se sintieron ofendidos. Y como al gobierno le interesaba mantener una buena
prensa, empezó a resquebrajar esa tregua. El gobierno de Estados Unidos también
metió mano para quebrar la tregua. Pero a esa alturas los políticos se dan
cuenta que los pandilleros tenían mucha base social, miles de personas que
dependen de ellos. Y eso se podía traducir en votos. Desde ese momento todos
los partidos políticos empiezan a negociar con las pandillas. Arena, el FMLN y
luego Gana (Gran Alianza por la Unidad Nacional) buscaron sucesivamente el
apoyo de las pandillas pensando en la elección siguiente.
La llegada de Nayib Bukele
-¿Cómo aparece Nayib Bukele en esta historia?
-Durante el segundo gobierno del FMLN, de Salvador
Sánchez Cerén (2014-2019) la tregua con las pandillas se rompe. Fue una cosa
macabra, hubo traslados a penales y las pandillas respondieron como en una
guerra: empezaron a matar tres o cuatro policías por día, dos o tres militares
diarios. Esa guerra entre el Estado y las pandillas la ganó el Estado, por cada
policía muerto morían cuatro o cinco pandilleros. Los policías podían matar
pandilleros como si mataran pollos. En este contexto es que aparece Bukele como
fenómeno político. Es una figura disruptiva que dice: “vengo a romper con estos
partidos de mierda de la Guerra Fría que han hecho treguas con los criminales”.
Sin embargo, siendo alcalde de San Salvador, ya había tenido acercamientos con
las pandillas, que lo ayudaron a ordenar y limpiar el centro histórico de la
ciudad. Lo ayudaron con plata y beneficios, hay fotos e investigaciones en
Fiscalía que muestran cómo negoció la alcaldía de Bukele con pandilleros.
-¿Qué pasa cuando llega al gobierno nacional?
-Aunque venían cayendo desde 2016, cuando Bukele
llega al gobierno los homicidios se desploman de manera histórica. Las
pandillas se concentran en los negocios y no en la guerra. Es la estrategia de
las zarigüellas: hacerse el muerto, dejar de matar y mantener las acciones de
violencia necesarias para mantener los negocios.
Bukele siempre dijo que esa caída de los homicidios tenía que ver con su
afinada y moderna estrategia de combate al crimen, a la que denominó “plan de
control territorial”. Pero nunca explicó qué era ese plan y cómo se financiaba.
Nunca fue público, pero sí mediático.
Con el tiempo se supo, por investigaciones de Fiscalía y periodísticas, que
Bukele hizo lo mismo que todos: sentarse y pactar con los líderes pandilleros
en los penales, ofreciendo prebendas y disminución de penas. Hubo pocos
operativos contra pandilleros, o sea que los dejaron seguir existiendo, pero en
las sombras, sin matar. Eso le daba gobernabilidad y al mismo tiempo podía
mostrarlo como un logro de su gestión.
-¿Cuándo se rompe la tregua?
-La tregua se rompió tres veces. En abril de 2020
mataron a 90 personas en un fin de semana. En noviembre de 2021 hubo otros 90
muertos y se acaba de romper en abril de este año, con otras 90 personas
muertas.
-El gobierno asegura que en un mes detuvo a 15.000
pandilleros, pero casi no hubo enfrentamientos. ¿Cómo es la correlación de
fuerzas entre las maras y el aparato represivo? (*)
– Las pandillas aprendieron que el conflicto
militar con el Estado no las lleva a buen puerto y las pandillas no son un
grupo militar bien armado. Las pandillas cometen asesinatos con pistolas
calibre 38. Tienen un sistema de control barrial pero no son organizaciones
militares ni grandes guerreros.
-¿Pero el gobierno las tiene infiltradas? ¿Cómo
hace para detener a 15.000 pandilleros en menos de 30 días?
-No creo que tenga mucha información. Primero hay
que ver si son 15.000, porque eso es lo que declara el gobierno. Si fuera
cierto, me atrevo a decir que el 20% son pandilleros, expandilleros y
colaboradores, y el resto son personas que agarraron en la calle, durante las
redadas. Hay muchos casos documentados de personas que regresaban de su trabajo
y están presas. Personas sin historial, que ni siquiera tenían una detención de
la policía municipal. Cuando Bukele dice «tengo a 15.000
pandilleros», invitaría a la prensa internacional a poner esas
declaraciones en remojo. Hoy no sabemos y no hay forma de averiguar si son
15.000. Tampoco descarto que sean 15.000 detenciones pero sí descarto que sean
15.000 pandilleros. Si hubiera arrestado 15.000 pandilleros habría arrestado a
la mitad de los pandilleros que hay en la calle y no es el caso. Está apresando
a muchas personas por haber pertenecido, por sus tatuajes vistosos. Muchas de mis
fuentes, que son expandilleros, son pastores evangélicos y ahora los detuvieron
durante el estado de excepción. De los líderes importantes de las pandillas no
hay ninguno detenido, a lo sumo hay pandilleros rasos o colaboradores. Es en
gran medida una farsa. Apuesta a capturar a la mayor cantidad posible de
pandilleros, sin medir lo que pueda sufrir gente inocente. Es una forma de
restarle músculo a las pandillas, sin cometer ninguna acción que vuelva
irreconciliable el diálogo. En estas semanas las pandillas no han matado
policías, militares, ni funcionarios o miembros del partido de Bukele. Eso no
puede ser casualidad. Ninguno de las dos partes hizo nada como para que sea
imposible volver a sentarse en la mesa. Se están peleando, pero todavía no se
han tocado la cara.
-¿Se sabe porqué se rompió la tregua?
-No, hay hipótesis. Suponemos que las pandillas
dieron el primer paso. Este es un gobierno hiper hermético que no permite la
salida de información bajo ningún término. Nos enteremos porque empiezan a aumentar
los asesinatos vinculados a la Mara Salvatrucha. Y luego el gobierno de Bukele
responde torturando pandilleros y haciendo redadas masivas, en las que caen
pandilleros pero la mayoría de los detenidos son civiles inocentes y es difícil
saber cuál es la verdad. Pongo un ejemplo, unos pandilleros asaltaron un bus y
mataron a tres personas. El gobierno de Bukele hizo un alarde propagandístico
increíble, movió helicópteros, drones y policías y dijo que los había
capturado. Mostró a dos pandilleros de diferentes pandillas, todos tatuados, y
dijo por Twitter que le daría la indicación al director de centros penales que
estos delincuentes no vieran ni un rayo de luz en su vida. Era todo mentira. A
esas personas las fueron a sacar de su casa y hoy están en libertad. Nunca
fueron acusadas por ese delito porque no estaban en el lugar. Sin embargo, en
la narrativa quedó que el presidente capturó a esos criminales.
-En este contexto hay como una especie de
arremetida contra periodistas e investigadores, como en tu caso.
– Bukele ha apostado con mucha fuerza y recursos a
mantener una narrativa. No olvides que es un publicista, y eso se nota. Tiene
una narrativa muy sólida, pero que plantea un país irreal. Todos los gobiernos
apuestan a una narrativa, pero este lo hace de manera desmedida y con un
talante mesiánico. El periodismo independiente puede ser un obstáculo muy
fuerte para mantener esa narrativa. Por ejemplo, si el gobierno dice que las
pandillas están derrotadas, es algo que el periodismo y las investigaciones
académicas pueden refutar, porque es fácil comprobar que las pandillas siguen
controlando territorios. Nos hemos vuelto voces incómodas para el oficialismo,
a tal nivel que han invertido miles de dólares en espiarnos a través de Pegasus
y ha invertido en todo su aparato propagandístico para tratarnos como parte de
una conspiración mundial, originada por una persona satánica, terrible y judía
como George Soros, que parece que convenció al Washington Post, The New York
Times, El País de Madrid, Human Rights Watch, Joe Biden, Naciones Unidas.
Bukele ha convencido a una parte de la población que todos respondemos a los
partidos políticos del pasado. Les dice que ya no somos sólo defensores de los
pandilleros, sino que somos directamente pandilleros. Han apostado a que el
salvadoreño no nos lea, sino que apenas nos conozca mediante su propaganda
gubernamental, en la que nos trata como criminales.
-¿Qué puede pasar en las próximas semanas?
-No lo sé. Yo no creo que la negociación con las
pandillas sea el mejor camino, sobre todo por cómo lo han hecho estos
gobiernos. Pero en este momento, y siendo muy pragmático, sería desastroso que
se vuelva nuevamente a romper la tregua. Muchos muertos. Un país tan chiquito
que entierra 90 personas en un fin de semana es un puto funeral. No es un país,
es un cementerio. Es muy duro vivir eso.
*15.000 detenciones era el dato oficial al momento de la entrevista. El número actual, según la cuenta de Twitter de Bukele, es de 18.000 personas detenidas.
**De la Agencia Regional de Noticias, especial para Página/12