A partir de las palabras de la folclorista en que lo desafió a conocer el mundo popular, tal como ella lo hizo en su trabajo como recopiladora, el musicólogo y académico decidió recorrer los cerros de Valparaíso. Allí fue asaltado, pero en un giro inesperado acabó de compadre de su asaltante. Para él es un momento que ilustra su acercamiento a la cultura popular. “Yo aprendí a conocer a mi pueblo”, dice.

Felipe Retamal N.

Dos mujeres, una guitarra. Todas se presentaron en la oficina del director de programas de de la Radio Chilena CB66, en busca de una oportunidad. Y Violeta Parra, una de ellas, no era de esas personas que aceptaba muy fácilmente las negativas. “Ella misma fue a ofrecer programas con su hermana Hilda -recuerda Gastón Soublette, el académico y filósofo que la recibió ese día, al teléfono con Culto-. Ahí la conocí. Entonces me ofreció una serie de programas, pero al final le dijimos 20 programas grabados, con una serie de entrevistas”.

Es 1954. Violeta Parra se abría espacio como folclorista. Tras años de cantar boleros, rancheras y hasta canciones españolas -bajo la identidad de Violeta de Mayo-,parecía por fin encontrar su camino como artista en la raíz popular más profunda, alentada por su hermano Nicanor. Por entonces ya recorría los campos y poblaciones en busca de cantoras y cantores que le revelarían añosos rituales campesinos, tradiciones y sonidos olvidados en la noche de los tiempos.

“He buscado el folclor chileno en cada rincón del campo, de los pueblos, de las montañas; he grabado cerca de doscientos cantos -reveló la artista según detalla el libro Materiales de mi canto-. Estuvo bien: descubrí a mi pueblo. Desde entonces ya no tengo complejos, ni problemas ni preocupaciones. Ahora continúo con las personas. Cada persona me da la fuerza para trabajar, y es para mí como una flor. Me gusta toda la gente: hablarles, verlos vivir, escucharlos”.

Más sobre Gastón Soublette

“Ella ya tenía en esa época un repertorio bastante grande, no tanto de composiciones de ella, como de música recopilada en el campo por los cantores y las cantoras viejas que iban quedando -recuerda Soublette-. Entonces ella recogió todo eso y como tenía una memoria de elefante lo recordaba bien. La letra la anotó, claro. Pero las entonaciones las tenía en la memoria”.

Consciente del valor de lo que tenía entre manos, Violeta buscó un espacio en las radios. Su fuerte personalidad le permitió hacerse de un programa llamado Chile Canta Violeta Parra, el que se emitía los viernes a las 20 horas. Durante la década alternaría en varias emisoras, conduciendo espacios de difusión folclórica. Pero con ello no le bastaba. Necesitaba una forma de preservar su material.

Me dijo: ‘yo he sabido que usted es musicólogo y que sabe escribir música’ -detalla Soublette-. Ahí llegamos a un acuerdo, ella me entregó su repertorio cantando. Yo fui a su casa, conocí a su hermano Nicanor. Ella cantaba, yo escribía las notas sobre la pauta y así fuimos escribiendo prácticamente todo su cancionero”.

“Pero ella tenía un carácter difícil y montaba en cólera muy fácilmente -agrega-. Y no me acuerdo qué fue exactamente…vio un libro sobre la cueca que íbamos a hacer –El folklore de Chile: La cueca-, algo le molestó y me trató de pituco de mierda. ‘Usted nunca va a entender a su pueblo’, me dijo”.

-¿Por qué siguió trabajando con ella, pese a lo que le dijo?

-El privilegio de estar al lado de un ser así hace que uno aguante este tipo de cosas. Me dí cuenta al tiro que ella era un gran valor y que iba a dar que hablar. Por eso nunca me dí por ofendido ni nada. Seguimos trabajando. Además era el momento nomás, nos pusimos bien fácilmente. Bueno, no era la única vez que discutimos violentamente. Pero eso siempre se arreglaba. Eran momentos de ira de ella. Yo sé que ella trató de esa manera a varias personas. Si no le gustaba algo no lo ocultaba.

Violeta Parra

“¿Qué tenemos en común tú y yo?”

La esquela de desafío estaba sobre la mesa. Soublette la tomó. Comprendió que debía iniciar su propio trabajo de recopilación; había que caminar, recorrer, conversar. “Como ella me desafió a que conociera a mi pueblo, a lo mejor reconocí que efectivamente era un pituco de mierda -recuerda-. Entonces me propuse conocer a mi pueblo y empecé por los cerros de Valparaíso. La idea era conocer a la gente que vive en las poblaciones arriba, hasta que fui asaltado una noche”.

Si Violeta tuvo su primera experiencia de recopilación en la casucha de una mujer de Barrancas, el debut de Gastón en el trabajo de campo sería algo más difícil. Fue en Cajilla. Una calle de trazado serpenteante que cae hacia la Iglesia de La Matriz y la Plaza Echaurren, en pleno Barrio Puerto de Valparaíso. Por ahí los chicos se lanzaban en improvisados carritos caseros, construidos con lo que hubiese a mano. Porque entonces, la abundancia no era norma.

“Se me ocurrió subir por ahí a las 11 de la noche un sábado. Es la calle más peligrosa de Valparaíso. Y al llegar a la parte alta, me asaltaron tres ‘lanzas’ -recuerda Soublette-. Me metieron a un callejón, pero no me hicieron nada sino que el que era como jefe de ellos me preguntó ‘¿qué tenemos en común tú y yo?’ entonces como era la dictadura, le dije que debía ser la protesta. Entonces eso le gustó y nos hicimos amigos. Muy amigos. Tanto que todavía hoy me encuentro con este gallo. Soy compadre de él, porque me pidió que fuera padrino de su hijo”.

Pero los caminos de la sangre pueden ser inesperados.

“Yo me demoré un año en darme cuenta de que este sujeto era sobrino de Violeta. Entonces ahí está la coincidencia misteriosa, usted es un pituco de mierda que no conocerá a su pueblo, entonces yo me propuse conocer a mi pueblo y resulta que en la calle Cajilla, el pueblo me asaltó. Pero con la salvedad que el asaltante era sobrino de ella”.

Las lecciones

-¿Qué aprendió de Violeta Parra?

-Yo aprendí desde luego a conocer a mi pueblo. Ahora, conocer a mi pueblo antes que nada para mí era conocer la cultura popular. Como yo soy profesor, desde la carrera académica me interesa el conocer bien y valorar la cultura popular chilena que no consiste solo en canción; también hay refranes, sabiduría, cuentos, hay mitos, hay fiestas, tonadas, canto a lo poeta. Es una cultura muy rica.

También hay atuendos. Tradicionalmente el pueblo tiene una forma de vestir, o la tuvo por lo menos, ya no la tiene. Habían trajes diseñados por ellos, no iban a una sastrería. Tenían todo. Un estilo de mueble, un estilo de arquitectura también. Sus casas las hacían ellos. Entonces había una cultura que abarcaba todos los aspectos de la vida. Eso me interesó enormemente. Claro, a mí me interesaba mucho la cultura europea francesa, alemana, en fin, pero aquí descubrí un tesoro: la cultura del pueblo chileno que se formó por el encuentro de la cultura española y los aborígenes. Se gestó una cultura criolla muy interesante.

-¿Cuáles son las composiciones de Violeta que le resultan más interesantes?

-En primer lugar, distinguiría entre las tonadas originales, “La jardinera”, ciertamente. Después el “Casamiento de negros”, que era de una originalidad tremenda. Después el “Verso por desengaño”. Y en tercer lugar yo tendría casi iguales el “Run run se fue pa’l norte” con “Gracias a la vida”.

Ahora, hay otra obra de ella, póstuma. Que se llama “El Gavilán”. Esa ya sale de la clasificación de la tonada. Es una cantata que dura casi veinte minutos. Yo creo que habla como composición de música culta, digamos. esa es la obra maestra de la Violeta, por sobre todo. Los Jaivas hicieron una muy buena versión. No alcancé a ponerla en papel porque no la conocí. Musicalmente hablando, es la obra maestra de Violeta. Porque es una obra de otra envergadura, una cantata. Se puede orquestar eso con instrumentos de cuerda, de percusión, y algunas parte las puede cantar un coro.

El musicólogo -sobre quien hay un documental en preparación- cuenta que a veces canta algunas tonadas que aprendió de Violeta. “Pero las cosas que más me interesaron de lo que me enseñó fue el canto a lo poeta en décimas. Ella recopiló entonaciones muy antiguas en el norte chico especialmente en la ciudad de Salamanca y La Serena. Recopiló aquí en Puente Alto donde había una muy buena escuela de canto a lo poeta, lo divino y a lo humano. Y también en la hacienda de Aculeo ella recopilaba entonaciones muy interesantes”.

En 1972, Gastón Soublette lanzó el álbum Chile en cuatro cuerdas. Se trató de una grabación de música clásica en que arregló para cuarteto de cuerdas, obras recopiladas por Violeta Parra y otros artistas. “En gran parte las entonaciones que yo usé para esa partitura me fueron entregadas por ella, pero también por Margot Loyola, Gabriela Pizarro y Héctor Pavez -afirma- El material me lo entregaron ellos y yo lo arreglé para cuarteto de cuerdas. Es una suite larga que dura una media hora. Ahora acaba de salir una nueva versión que se llama Chile en cuatro vientos porque lo tocan cuatro flautas.

Desgraciadamente -recuerda el académico- ella ya había muerto cuando yo estrené esta obra. Me habría gustado que ella la viera. Yo creo que le hubiera dicho: ‘Dime ahora si sigo siendo un pituco de mierda’.

La Tercera

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