«All the Bells Say» vino a poner un soberbio moño a la trama pacientemente construida en los ocho episodios anteriores: digno broche para la actual serie estrella de la plataforma.

ATENCION: este artículo incluye SPOILERS sobre «All the Bells Say», capítulo final de la Temporada 3 de Succession)

«Están jugando a los putos soldaditos», dice el Diablo, segundos antes de soltar las bombas, de desatar el moño, de demostrar que sabe por lo que es, pero también porque lleva muchos más años jugando el juego.

Y sí, señor Logan Roy, usted es diabólico.

Los que refunfuñaron por el tempo más moroso que pareció adoptar la tercera temporada de Succession (HBO y HBO Max) tuvieron en el episodio 9 una recompensa que sube varios puntos de los guionistas en la carrera hacia cualquier premio que se ponga delante. «All the Bells Say», el finale de tercera temporada en la creación de Jesse Armstrong, tuvo el efecto final de un mazazo. ¿Será casualidad que sea el episodio 29 de toda la serie, el mismo número que llevó «The Rains of Castamere» en Game of Thrones? Aquella Boda Roja vino a repetir que en Westeros no convenía encariñarse con nadie. Los últimos diez minutos de la actual serie estrella en el universo HBO tuvieron un derramamiento de sangre similar, aunque sin mostrar una sola gota.

Chapeau, entonces, para Armstrong, quien se encargó en soledad del libro de este episodio y del anterior «Chiantishire», donde se rompió todo record de frases desagradables entre personajes, aun para una serie que abunda en ellas. Poniéndole un enorme punto final y a la vez un paréntesis abierto a lo que vendrá, el cierre de Succession anudó hasta con brutalidad las pistas que habían ido cayendo en las ocho estaciones anteriores. Y metió una vuelta de tuerca quizá no tan inesperada.

Algo se veía venir en las performances de los últimos episodios. En franco contraste con el Logan que trastabillaba en la isla de Josh Aaronson en el episodio 4, el capo de Waystar mostró las garras y dientes que lo hicieron legendario. Y las usó. Sin piedad. En el episodio anterior, el patriarca quebró a conciencia a su propio hijo Kendall en una no-cena de efectos devastadores. Y en este, cuando Ken parecía recuperarse y conseguir el imposible de un frente unido con sus hermanos, el viejo lobo se los cargó a los tres en una última jugada maestra, un «van a tener que conseguirse su popia pila» de efecto nuclear.

Así se entendió la presencia «de tu ex marido que te odia» en la absurda boda italiana de Caroline, y el cruce lobbista de Logan con Peter Munion, y las idas y vueltas de Lukas Matsson, y el rol de la asistente Kerry… y las ambigüedades de Tom Wambsgans, que cerró el capítulo con una puñalada trapera del tamaño del edificio Waystar. «¿Estás dispuesto a hacer un pacto con el demonio?», le preguntó a su inopinado sidekick Greg Hirsch, y pronto quedó claro hasta dónde llegaba el contrato. «¿Quién necesita un alma?» concluyó el primo reconvertido en playboy conquistador de condesas. ¿Acaso hay un alma en pie en el recorrido de Succession?

Si Armstrong brilló como pocas veces en los diálogos de los episodios finales, que fueron tejiendo la red donde quedaron atrapades miles y miles de espectadores, sale otro aplauso en pie para el director Mark Mylod. El finale de Succession entregó una secuencia de alta cinematografía en esa reunión de Shiv y Roman con un Kendall definitivamente quebrantado. El altísimo tono dramático de esos diálogos, la pintura que conformaron los tres personajes en la callejuela italiana, la humanidad que de pronto fueron destilando esos tres sucesores siempre demasiado absortos en la lucha de poder, hicieron de esa previa del intento de golpe de Estado en Waystar un momento para el recuerdo.

Y después, entonces, la Boda Roja de Succession. La recomposición hasta en la actitud física de Ken. El plan firmemente delineado junto a Siobhan, la reticente adhesión de Roman «Dick Pic», el largo viaje al castillo del patriarca, parecieron empezar a conformar un final similar al de la temporada pasada, pero esta vez de efectos reales. Pero el diablo jugó mucho más tiempo este juego. Y la baza de Lady Caroline Collingwood cambiando el acuerdo de divorcio para quitarles el poder de veto fue el mazazo que los hermanos no esperaban, no vieron venir, no supieron anticipar porque sí, llevan el apellido Roy, pero eso no alcanza cuando se trata de vencer al dueño de la patente.

Lo que lleva a la última consideración sobre una serie que se va a extrañar mucho hasta la llegada de la temporada 4 en 2022. En este final, Brian Cox, Jeremy Strong, Kieran Culkin («En serio, ¡tardó 45 minutos en traerme un gin tonic!») y Sarah Snook le dieron forma a un capolavoro, esa clase de performance que distingue a las series que sobresalen en el oceáno del streaming. Si la familia Roy es creíble más allá de la pátina ficcional -esos diálogos tan cronometrados, esas miradas siempre justas- es por la naturalidad con la que un soberbio equipo de actores y actrices le han dado carnadura. El año próximo se verá qué hacen con esa carne abierta, con las secuelas de este final que, entre el juego de tronos versión mediática moderna y las generosas gotas de El Padrino, vino a poner otro cacho de historia grande en la Era de las Series.

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