Este 25 de julio el Distrito especial Santiago de Cali cumple 485 años de su fundación en 1536, a la usanza de la época colonial, por parte de su subalterno Miguel López Muñoz, en nombre del conquistador Sebastián de Belalcázar, el mismo cuya estatua fue derribada desde su pedestal primero, por segunda vez en menos de un año y removida después del sitio en donde se erigió hace 84 años. Se trata  de uno de los monumentos más icónicos de la Sultana del Valle, como es considerada la capital de este Departamento, una de las más antiguas del país.

Al deplorar este hecho, la Academia Colombiana de Historia dejó sentada su posición al respecto, al dejar claramente establecido que aunque “simpatiza con el sentimiento de exclusión de la comunidad Misak”, responsable del mismo, “ante la interpretación unívoca de la historia”, dicha estatua “representa un testimonio de los tiempos y así hay que aceptarla”. Y añadió, “no está muy lejos el día en que frente a la estatua de Belalcázar se ubique la representación de un indígena guambiano en actitud desafiante, sin que borremos de tajo los hechos históricos que han forjado la nacionalidad”.

Al fin y al cabo, como lo advierte David Blight, profesor de Historia de la Universidad de Yale, “puedes derribar todos los monumentos del mundo, pero eso no cambia necesariamente lo que ocurrió. Estamos obligados a aprender de ese pasado”, tanto de lo bueno como de lo malo y lo feo. Interpretaciones erróneas o tergiversadas de la historia pueden conducir a mayores desafueros.

Así lo vaticinó el ex rector de la Universidad Nacional Moisés Wasserman, cuando tuiteó el pasado 20 de julio, justo cuando se celebraba el grito de nuestra independencia como Nación: “leyendo algunas de las interpretaciones sobre qué fue lo que pasó ´realmente´ en 1810, me atrevo a prever que en muy poco tiempo van a empezar a caer las estatuas de Bolívar”. Dicho y hecho, para su asombro y el del resto de nuestros compatriotas, apenas dos horas después, tumbaron la estatua del prócer de la independencia Francisco de Paula Santander en Manizales. Pudo más la insania de unos orates, alentada por la distorsión y tergiversación de narrativas mediáticas basadas en posverdades, que el juicio de la historia ante el Altar de la patria de quien, irónicamente, sostuvo que “la moderación, la tolerancia y la justicia rigen el corazón y desarman el descontento”(¡!).

También conocida como la Sucursal del Cielo, por la hospitalidad de sus gentes, la capital mundial de la Salsa, que tiene como su embajador ante el resto del mundo el Show Delirio interpretado por un elenco ejemplar, a la altura de los mejores de su género del orbe resume de manera singular en un mismo escenario la Salsa + Circo + Orquesta. Así como Brasil tiene su Zambódromo en Río de Janeiro, Cali cuenta con su Salsódromo y la Feria de Cali es uno de sus mayores atractivos turísticos, actividades estas que como tantas otras han tenido que recurrir a la virtualidad para sobrevivir a la crisis pandémica. Sobradas razones tienen los caleños para ufanarse de su ciudad, haciendo alarde de que Cali es Cali, lo demás es loma, eslogan que terminó volviéndose como una marca de Ciudad – región.

Pero, en la Cali de hoy no todo es miel sobre hojuelas. Empezando porque al igual que las otras capitales del país, siendo ella la tercera en importancia después de Bogotá y Medellín, están marcadas por grandes e irritantes contrastes, en donde coexisten la modernidad con el atraso y la exclusión social. En estos momentos Cali está atravesando por una coyuntura difícil, sobre todo para los más vulnerables, que son quienes han llevado la peor parte, a consecuencia del exacerbamiento de sus dolamas por cuenta de las medidas que se han tomado en un desesperado esfuerzo por prevenir primero, contener después y mitigar ahora la fatídica pandemia del COVID – 19. Las cifras son espeluznantes, aterradoras.

Cali en este momento es una bomba social que está a punto de estallar. Y no es para menos, pues con el empeoramiento del desempleo sobrevino la mayor pérdida de ingresos y con esta la pobreza y el empobrecimiento. Según el DANE la tasa de desocupación alcanzó su clímax en mayo de 2020 con el 29%; con la reapertura de las actividades económicas cayó hasta el 15.9%, pero en abril de este año volvió a subir al 19.9% y en mayo se estacionó en el 24.3%. Cali, según el DANE, “fue la única de las cinco ciudades principales, en la que el desempleo creció entre abril y mayo”. Huelga decir que, al igual que en el resto del país, quienes acusan las mayores tasas de desempleo son las mujeres y los jóvenes, amén de que muchos de estos, en una proporción que supera el 30%, son catalogados como NINIS, porque ni estudian ni trabajan.

En materia de pobreza monetaria, según el DANE, Cali es una de las ciudades con mayor incidencia de la misma. Entre los años 2019 y 2020 el número de habitantes en condición de pobreza pasó del 21.9% al 36.3%, para una variación interanual de 14.4 puntos porcentuales, el doble del promedio del aumento en todo el país que fue de 6.8%. 375.916 caleños retrocedieron, engrosando el ya preocupante número de pobres hasta completar los 934.350 en la trampa de la pobreza. Entre tanto, el número de quienes ahora están en la condición de pobreza extrema casi se triplicó al pasar de 120.916 en 2019 a 342.438 (¡!).

Como lo acota el Director del DANE Juan Daniel Oviedo, “lo que estamos viendo con estos resultados es que, en efecto, el retroceso social y económico que ha tenido la ciudad de Cali durante el último año es tremendo”. Y, en momentos en los que la actividad económica empezaba a dar señales de reactivación sobrevino la estampida del prolongado paro, acompañado de bloqueos, que dieron al traste con la misma. Así lo reconoce el Presidente de la Cámara de Comercio de Cali Esteban Piedrahíta. Sobrada razón tiene el Comité intergremial empresarial del Valle del Cauca cuando exhorta al Gobierno Nacional para que tome medidas urgentes “para enfrentar tan delicada situación”, única manera de desactivar esta bomba social que amenaza con explotar en cualquier momento.  

Miami, julio 21 de 2021

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