Se estrena lo nuevo de la directora francesa Céline Sciamma

Con su singular mirada delicada e intimista, la directora francesa y lesbiana Céline Sciamma plasma en Retrato de una mujer en llamas, su cuarto largometraje de ficción, una historia de amor entre dos mujeres ambientada a fines del siglo XVIII. En un castillo sin presencia de hombres, ubicado en las afueras de París, una pintora debe retratar a una dama que pronto contraerá matrimonio con un noble milanés. Tras ganar el Premio a mejor guión en la última edición del Festival de Cannes, el impactante y ardiente film de la directora de Tomboy llega a los cines de Argentina el 19 de marzo. 

Marianne y Héloïse protagonizan una historia de amor lésbica a fines del siglo XVIII 

El cine de Céline Sciamma es un estudio minucioso del deseo. Lo observa de cerca con la cámara como si fuera una niña curiosa que mira con una lupa el comportamiento misterioso de un grupo de insectos. Retrato de una mujer en llamas no es la excepción a la regla: al igual que en sus otras películas (Water LiliesTomboy Banda de chicas), la directora francesa de 40 años consigue captar el instante preciso donde nace el deseo como emoción privada. El microsegundo en el que un personaje descubre que no había estado lo suficientemente vivo antes de ser asaltado por la sensación extraña del despertar sexual. ¿Cómo se filma el deseo? La protagonista de Retrato de una mujer en llamas, Marianne, interpretada por Noémie Merlant, es una joven pintora que es contratada para retratar en una semana a una dama en un castillo ubicado en la periferia parisina. El destino de Héloïse (Adèle Haenel), la retratada, depende de la imagen que refleje el cuadro. Aquella pintura es la carta de presentación a su pretendiente, un noble milanés que debe elegir a su futura esposa a partir de una versión en dos dimensiones. Lo que todavía no sabe Marianne es que su destino también estará marcado por ese retrato neoclásico. 

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«Debes pintarla sin que lo sepa», le ordena la madre de Héloïse a Marianne. La pintora de pelo negro y ojos grandes para observarlo todo le da su palabra sin conocer a su modelo. No es un amor a primera vista. Céline Sciamma no apuesta a esa clase de milagros porque su fascinación son los procesos de cocción lenta. El beso tardará en llegar, pero hay varias invaluables recompensas. Marianne va construyendo en su cabeza la cara de Héloïse a partir de pistas y un par de descripciones que consigue sonsacarle entre susurros a Sophie (Luàna Bajrami), la dulce criada que guarda todos los secretos escondidos bajo las alfombras del castillo. «¿Tiene pelo rubio?», le pregunta carcomida por la curiosidad. Antes de Marianne hubo otro pintor que intentó retratar a Héloïse, pero ella se negó a posar para él. Sabe que esa pintura es el fin de su soltería. El principio de una vida que no quiere tener. El misterio sobre cómo es físicamente Héloïse crece a la par de las expectativas de Marianne por estar cara a cara con ella. En un cuarto hay un bastidor de un retrato sin terminar: es un cuerpo sin rostro. Una imagen sin vida.

Hay un trato entre Marianne y la madre de Héloïse: la pintora debe hacerse pasar por la dama de compañía de la mujer a retratar. Analizar sus gestos cuando estén juntas sin generar sospechas de su verdadero propósito. Retrato de una mujer en llamas dibuja el relato marcando el contraste entre el interior y el exterior. Entre la oscuridad de los rincones del castillo opresivo y la enceguecedora luz que envuelve la playa. 

Como una metáfora que tiene relieve, será de la mano de la pintora que Héloïse consiga escapar de su habitación por primera vez desde que llegó del convento. Tirar abajo la puerta pesada que la encierra y aísla del mundo. Su madre teme que se suicide, al igual que lo hizo recientemente la hermana mayor de Héloïse cuando la obligaron a casarse. Marianne camina detrás de Héloïse, y aún así todavía no puede verla. Hasta que la túnica que cubre su cabeza se desliza por su pelo y podemos ver un enorme rodete rubio que recuerda el peinado característico de Kim Novak en Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958). No es solo por el misterio impregnado en cada plano, es también por el latido constante del suicidio. No obstante, para la directora el suicidio no es una amenaza, es un acto de libertad frente al deber ser. Héloïse voltea y la mira fijo a Marianne. Tiene ojos claros, labios gruesos y un pelo ondulado que cambia de forma con el viento. La fotografía de Claire Mathon (la misma que construyó en 2013 los planos de la poética película gay El desconocido del lago) hace de cada escena del film una pintura. Una decisión que va mucho más allá de la cuestión estética. La intención es edificar un museo de arte que nunca visitamos. ¿Con qué clase de cuadros? No hay interés en reflejar fielmente acontecimientos de una época muy lejana, de calcar el carácter realista de finales del siglo XVIII. La meta desafiante y atrevida de Céline Sciamma y Claire Mathon es crear las imágenes faltantes en un período con mujeres sometidas e invisibilizadas. De relaciones lésbicas en silencio y hasta prácticas de aborto por un embarazo no deseado. Modificar el relato a través del cine, de una mirada aguerrida que refunda la historia. Una historia hecha de mujeres fuertes que deciden sobre sus cuerpos. 

Pacto feminista

Sophie, la criada del castillo, es un personaje central en el relato: cuando se entera de que está embarazada de tres meses, Marianne le pregunta si quiere tener un hijo. «No», le responde sin dudar. 

A partir de ese momento Marianne y Héloïse acompañan a Sophie en cada paso del proceso. Juntar los yuyos correspondientes en el bosque para preparar el brebaje, empujarla para que corra en la playa y tenderle la mano si la invade el miedo. La culpa no es protagonista de la película. Pero cuando todo eso no es suficiente para expulsar el feto, visitan las tres la casa de una mujer que realiza abortos arriba de su cama. Sophie se retuerce de dolor sobre el cubrecama mientras un bebé, el hijo más pequeño de la curandera, la consuela con una sonrisa y un mimo en la mano. Es una escena que conmueve e ilumina como las velas que rodean esa habitación feminista. En esa secuencia la directora explica sin palabras que Sophie adora a lxs niñxs, y que el aborto no se trata de muerte sino del respeto al deseo del cuerpo gestante. «Estas historias son peligrosas para el patriarcado», dijo en una entrevista Céline Sciamma. Cuando cae la noche, Héloïse les propone reconstruir en un cuarto del castillo la escena del aborto para que Marianne inmortalice con pintura ese conmovedor momento. Documenta un acto cotidiano que no forma parte de las paredes del Museo del Louvre. Como sucede en toda la película, los personajes se preguntan una y otra vez qué es lo que quieren. No hay besos robados ni caricias desprevenidas. Céline Sciamma remarca que el amor es consentimiento, y deja en claro que el consentimiento es sinónimo de erotismo y sensualidad

El deseo no tiene marco

En la ópera prima de Céline Sciamma, Water Lilies, pueden encontrarse los primeros bocetos de Retrato de una mujer en llamas. El largometraje estrenado en 2007 es un coming of age queer que también presenta la historia de tres chicas con vidas y cuerpos distintos. Es un cuadro colectivo de mujeres conviviendo con el deseo. ¿En qué lugar del cuerpo se cocina el deseo? Marie (Pauline Acquart), la adolescente protagonista se siente atraída sexualmente por Floriane (Adèle Haenel, la misma actriz que interpreta a Héloïse en Retrato de una mujer en llamas). Water Lilies no es una película de salida del closet, como tampoco ninguno de los relatos de Céline Sciamma. 

La directora no busca que sus personajes definan su sexualidad, simplemente que la atraviesen con goce y un poco de incertidumbre. Marie masturba a su mejor amiga Florianne, quien le pide practicar antes de tener sexo con su novio. Durante las mañanas, entrenan juntas en la pileta olímpica nado sincronizado. Un deporte donde, de lejos, las mujeres parecen todas iguales. Y nunca vemos lo que ocurre en el fondo del agua. Retrato de una mujer en llamas replica la intimidad de dos mujeres que exploran el deseo como campo a conquistar. «¿Todos los amantes sienten que están inventando algo?», le pregunta Héloïse, absorbida por el susto, a Marianne mientras acaricia sus labios con los dedos. La directora dibuja el deseo como un misterio imposible de cerrar en un contorno. John Berger decía que el arte no sirve para explicar lo misterioso. «Lo que hace es facilitar que nos demos cuenta de ello. El arte descubre lo misterioso. Y cuando se percibe y se descubre, se hace todavía más misterioso».

El amor como emancipación

Retrato de una mujer en llamas muestra al amor como una obra de arte que se crea de a dos. La mentira llega a su fin y Marianne decide contarle la verdad a Héloïse: que la estuvo pintando en secreto durante las noches. Confesarle semenjante engaño puede ser una desilusión para Héloïse, pero también es una declaración de amor. En el lienzo, en cada una de las pinceladas, se revela la forma en que Marianne mira a su retratada. Héloïse no se reconoce en esa imagen y la retratista decide drásticamente borrar el rostro de su modelo y pintarla de nuevo. Dilatar la separación entre ambas y la concreción de un matrimonio heterosexual arreglado. Marianne pasea con un vestido color carmín, y Héloïse por fin acepta meterse dentro del vestido verde presente en el retrato. Son colores complementarios, como ellas que cuando están juntas hacen la dupla perfecta. Céline Sciamma filma el amor lésbico como un acto de emancipación, lo más lejos posible de promesas que aten a los personajes. «¿Por qué caber en esos finales felices que son más propaganda de un estilo de vida? Nosotras tenemos otro programa político para el amor. Somos más libres», dijo la directora en una conferencia de prensa. Como la pintora francesa Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun que pintó en 1779 a la reina María Antonieta, Marianne retrata una vez más a Héloïse. Ahora cruzando miradas. ¿Quién mira a quién? Pero, además, la dibuja desnuda con grafito en hojas pequeñas para su colección privada. «Pinto flores para que así no mueran», escribió Frida Kahlo. Marianne eterniza cada uno de los momentos vividos con su amante. Delinea futuros recuerdos para no olvidar ningún detalle de los gestos de la mujer que ama. Antes de besarse por primera vez, Héloïse le pregunta a Marianne cómo suena una orquesta. «Es difícil describir la música» le contesta. Entonces, se sienta en un piano y saca sonido de las teclas. Le toca una pieza de Antonio Vivaldi: La tormenta. Es el fenómeno que ocurre entre las dos y que, a diferencia de otras tormentas, no encontrará calma. Retrato de una mujer en llamas deja poco espacio para la tragedia porque el deseo lo ocupa todo. Marianne y Héloïse se quieren sin necesidad de poseerse, pero una marca a la otra como las grandes obras de arte que grabamos en la memoria. Imágenes sin tiempo ni lugar. El cuarto largometraje de Céline Sciamma es, sin abandonar su melódica sutileza, la película más política de la directora francesa. Retrato de una mujer en llamas es, además de un relato de pasión lésbica, una obra sobre el derecho de la mujer a elegir, a coger, a sentir placer, a dar placer, a abortar, a escuchar su deseo. Sea a fines del siglo XVIII o en 2020. 

Página12

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