El presidente Macron no va a hacer concesiones, con
las elecciones de 2022 ya en mente, apuesta por una nueva versión de las de
2017. Ante esta peligrosa apuesta, la posibilidad de una salida progresista es
no solamente necesaria sino doblemente urgente. Es la hora de la huelga, avanti
popolo!
Emmanuel Macron ha decidido. La excavadora de la reforma de las pensiones no se
detendrá, las aspiraciones populares deben ser aplastadas. El presidente y el
gobierno no cederán a la indignación popular, no se moverán ante el rechazo de
la mayoría de los franceses que obstinados han rechazo durante meses su plan de
pensiones. La duración y la escala sin precedentes de la movilización social
deberían haber preocupado y movido las líneas rojas de la cúspide del estado. No
ha sido así.
Incluso los esfuerzos de la CFDT para buscar una posible salida con la retirada
de la edad de jubilación no han flexibilizado al gobierno, que sigue avanzando
sin vacilaciones. Presentó su plan al Consejo de Estado, intacto en sus principales
líneas, tan contestadas, y anunció un calendario para su adopción. El hecho de
que los huelguistas persistan después de más de un mes de huelga, que las
manifestaciones sigan siendo masivas, no ha cambiado su posición sustantiva.
Esta decisión es, en parte, asombrosa. ¿Cómo puede un gobierno, en un régimen
democrático, situarse tan lejos con semejante mar de fondo de protestas?
Esta terquedad obviamente está teñida de cinismo. La famosa estrategia de
“pudrir» la situación se basa en la esperanza del desgaste vinculado a la
dura realidad social: los sectores populares en huelga, en particular los
trabajadores ferroviarios y los empleados de RATP a la vanguardia de este
movimiento, no pueden resistir indefinidamente porque tiene que pagar el
alquiler, alimentarse, no hundirse financieramente. Las cajas de huelga ayudan,
pero no son un pozo sin fondo, no son los hiper-ricos los que las van a llenar.
Tras casi cuarenta días sin paga en el caso de los huelguistas más activos,
obviamente estamos con el agua al cuello. La “Macronie” (el régimen Macron)
cree que algunos ya se han retirado agotados, y que otros seguirán su camino
por necesidad.
Y no importa que los primeros en dejar la huelga lo hagan sin cambiar de
opinión y con un sabor de boca furiosamente amargo hacia un gobierno que no
escucha en absoluto. Que ignore visiblemente una determinación impresionante en
el país, raramente lograda en las últimas décadas. El gobierno se cree
victorioso. No es solo el dogmatismo y el cinismo lo que le lleva a continuar
inflexible su camino. También es un cálculo político a corto plazo.
Con los ojos clavados en las elecciones presidenciales de 2022, Emmanuel Macron
busca repetir el escenario de 2017. El mayor desafío sería llegar a la segunda
vuelta asegurando un resultado superior al 20% y con la esperanza de
enfrentarse a RN, que sería barrida porque la mayoría de los franceses no están
dispuestos a dar las llaves del país a la extrema derecha. Lo que ha cambiado
en comparación con 2017, piensan sin duda en la cima del estado, es la base
social con la que conseguir pasar a la segunda vuelta. Atraer a la derecha es
el nuevo credo prometedor. Emmanuel Macron es consciente de haber perdido su
pierna izquierda. El latiguillo «y con la derecha y la izquierda» ha
cambiado en dos años a «todo con la derecha».
Regalos a los mas ricos, políticas ultra represivas hacia los migrantes,
comentarios despectivos hacia el mundo popular, impunidad para la violencia
policial, la distancia con los principios esenciales asociados con la izquierda
no puede ser mayor. Las encuestas de opinión confirman el efecto. Emmanuel
Macron ha reemplazado en su apoyo a los votantes de izquierda por una parte de
los de la derecha, que lo aprecian cada vez mas: el 40% confía en él en enero,
una subida de más de 10%. La penosa situación de la derecha clásica no le
permite disputar seriamente este ascenso de la “Macronie” a costa de su
electorado.
Emmanuel Macron y Édouard Philippe, por lo tanto, aceleran sus políticas y no
buscan ningún compromiso con los sindicatos, no hacen ninguna concesión a las
críticas firmes y continuas que provienen de las profundidades de la sociedad.
A pesar de la gran movilización del sábado 12 de enero, el confuso anuncio del
Primer Ministro sobre el aplazamiento de la entrada en vigor de la edad de
jubilación a los 64 años, en el sentido de que solo se aplicaría en 2027,
parece una diversión y obviamente no cambia la esencia de la contrarreforma.
Esta opción consciente es eminentemente peligrosa. Primero, para el país. Creer
que Marine Le Pen no puede salir beneficiada es una apuesta de una audacia
curiosa. El divorcio completo de la “Macronie” con el sector moderado del
electorado de izquierda puede tener como efecto la negativa de estos votantes a
participar a favor de Macron en una posible segunda vuelta contra Marine Le
Pen. En la hipótesis de un duelo Macron-Le Pen en 2022, las cartas no serán las
mismas que en 2017. Y me viene a la cabeza el notable trabajo
en sobre 1938 de Mickaël Foessel, Récidives, y como la política de Daladier, su autoritarismo
frente a las huelgas y manifestaciones, su austeridad presupuestaria y su
precocidad neoliberal (el término aparece en ese momento), preparó el terreno
al fascismo del que pretendía ser una muralla
Si la elección de Emmanuel Macron es peligrosa, también lo es para él. Podría
ser barrido, al igual que François Hollande, que no pudo
siquiera representarse a sí mismo, a fuerza de llevar a cabo políticas y hacer
comentarios que indignaron a sectores cada vez más amplios del electorado. La
victoria de Emmanuel Macron frente al movimiento, si impone por la fuerza con
una mayoría puramente parlamentaria su proyecto de pensiones, solo puede ser
una victoria pírrica. Inflingiría heridas considerables y profundas en la sociedad,
la indignación y un resentimiento masivo. Sí, Emmanuel Macron podría caer en la
segunda vuelta.
El desafío de la aparición de una alternativa progresista a las crisis actuales
se plantea con necesidad y urgencia redobladas. Por el momento, la relativa
debilidad y atomización de la izquierda social y ecologista no permite abrir
esa perspectiva. Pero el movimiento es un punto de partida. La justicia social
y la igualdad están en el centro de sus reivindicaciones. La ambición
ecológica, que contribuye a reorganizar los objetivos de la alternativa, a
repensar el significado del trabajo y hacer sociedad, progresa en las cabezas
movilizadas. Por lo tanto, existe una aceleración del potencial favorable a la
emancipación humana. De este lado, es posible frustrar los escenarios de miedo
con los que nos atosigan, como si el duelo Macron-Le Pen fuera inevitable.
Millones de franceses no quieren ni a uno ni a la otra, y buscan, actúan,
inventan gradualmente las coordenadas de una solución emancipadora.
Por eso la situación es seria y es el momento de la huelga. Y la esperanza está
permitida. La esperanza de que la protesta masiva contra la contrarreforma de
las pensiones agriete los sueños de dominación del poder y derrote al gobierno.
La esperanza de que una reorganización del campo político en la izquierda
ecologista evite lo peor y ofrezca un horizonte tangible de victoria. Cada
minuto pasado al lado de los huelguistas, en las manifestaciones, escuchando
las palabras y las consignas de la revuelta da nueva energía para superar las
rutinas. La conciencia de que tenemos que comprometernos masivamente, buscando
todas las convergencias posibles para vencer los pequeños cálculos miserables
de la “Macronie”, debe ser la prioridad. Avanti popolo!